miércoles, 16 de marzo de 2011

La Urbanización en España

El sistema urbano español tiene una estructura claramente jerarquizada, en la que Madrid y Barcelona son sus núcleos rectores. Se trata de las dos áreas metropolitanas con vocación internacional —continental e incluso intercontinental— que concentran importantes contingentes de población —más de cuatro millones de habitantes cada una—, así como una notable actividad económica, social, cultural, deportiva....
La historia urbana
Los núcleos urbanos españoles tienen mayoritariamente un origen prerromano, bien como ciudades indígenas o como colonias griegas y fenicias. La romanización realiza una aportación fundamental mediante la creación de nuevos núcleos de población que se caracterizan por tener un plano ortogonal a imagen y semejanza de los campamentos militares.
En el siglo III como consecuencia de las frecuentes invasiones bárbaras empiezan a amurallarse los núcleos urbanos…La Edad Media es uno de los períodos clave para entender el urbanismo español, sobre todo a raíz del año 711 cuando se produce la invasión musulmana. La ciudad islámica aporta toda una serie de elementos completamente nuevos, como es el alcázar o alcazaba —el castillo— que otorga protección para el núcleo de viviendas, mientras que el recinto amurallado pasa a denominarse medina. Los sectores que quedan fuera de la medina pasan a denominarse arrabales.
El plano islámico se caracteriza fundamentalmente por su irregularidad, por la presencia de calles sinuosas, estrechas y sin salida. Las plazas son escasas, porque esta ciudad está caracterizada por la vida privada, desarrollada en cada casa según rezan los propios versículos del Corán. Por esa razón las calles también están reducidas a su mínima expresión.

A partir de los siglos XI a XIII, con la Reconquista surgen nuevos núcleos de población y, sobre todo, nuevas tipologías, unas unidas a las grandes rutas de las peregrinaciones. Se trata de planos alargados, cuyo eje articulador es la propia vía de comunicación. Por otra parte, surgen los planos de planta ortogonal, caracterizados por la regularidad de sus trazados —siguen el esquema romano—, como ocurre en Castelló y San Sebastián. La aportación de este urbanismo es la plaza, que en estas ciudades se convierte en un elemento organizador básico de la vida urbana, como había ocurrido en el Imperio Romano con el foro.

En el período comprendido entre el Renacimiento y el siglo XVIII las ciudades no experimentan cambios radicales. Con la llegada de la monarquía absoluta se empieza a prescindir de muchas murallas, por lo que se inicia un proceso expansivo de las zonas habitadas. La proliferación de conventos es una de las notas destacadas en estos siglos, que culminan en el reinado de Carlos III, quizá el primer urbanista, ya que fue el responsable directo del diseño del Paseo del Prado, el promotor de la construcción de edificios institucionales y de la monumentalización de los principales accesos a Madrid, como la célebre Puerta de Alcalá.
La Ilustración también nos ha legado importantes aportaciones urbanísticas, como la fundación de poblaciones como La Carolina (Jaén), El Ferrol o Sant Carles de la Ràpita, todas ellas bajo los esquemas racionalistas y regulares propugnados en la época.
En el siglo XIX, se producen importantes cambios derivados de la Revolución Industrial. Se derriban las murallas que todavía muchas ciudades mantenían. El fenómeno derivado de este proceso es la creación de las denominadas rondas, grandes avenidas que servirán en adelante como nexo de unión o línea de separación entre la ciudad vieja y las nuevas áreas edificadas.  Otro hecho fundamental será la desamortización que provocará la disolución de numerosos conventos que desde época barroca se habían instalado intramuros en las ciudades españolas. Por otra parte, la creación administrativa de las provincias desde 1833 va a otorgar a más de cincuenta núcleos una función preponderante como capitales provinciales.
La fisionomía de las ciudades experimenta hacia finales del siglo nuevos cambios como consecuencia de la generalización del transporte público, el ómnibus surge en la primera mitad de la centuria, mientras que en 1871 entra en funcionamiento el tranvía de mulas, que va siendo sustituido desde 1896 por el tranvía eléctrico. Las dotaciones urbanas también son mejoradas progresivamente: se introduce el pavimento de adoquín en las calzadas, los mercados empiezan a ser dotados de cubierta y surgen los primeros sistemas de alumbrado público de las calles mediante gas
Los centros históricos se erigen en receptores de la actividad económica y burocrática de las ciudades, función que comparten con la puramente residencial. Para ello se asiste a la realización de auténticas reformas urbanas: como en Madrid con la Puerta del Sol (1856-1862)o  en Zaragoza con la calle Alfonso I (1865-1879).
Para dar cabida a las nuevas clases burguesas surgidas en la época surgen los denominados ensanches: se trata de auténticos barrios en los que el planeamiento establece planos en damero —una herencia clásica— para ordenar perfectamente las manzanas de edificios —grandes bloques más o menos cuadrados con las esquinas en chaflán— y facilitar la movilidad. Las dotaciones surgen de forma paralela —saneamiento, arbolado lineal en las aceras, alumbrado público…— y suelen completarse en los patios de cada bloque con pequeñas zonas verdes, como ocurre en la Plaza Real de Barcelona, donde se aplicaron los esquemas de Ildelfonso Cerdá. Las teorías de este arquitecto catalán fueron exportadas a la práctica totalidad de ciudades españolas importantes, que conservan dichos ensanches siguiendo más o menos fielmente sus preceptos: Barcelona, Madrid, León, Alcoi, Pamplona, Valencia…

En el primer tercio del siglo XX las reformas urbanas continúan siendo relevantes para adecuar las ciudades a las necesidades de la población. Se pretende conseguir una mejora higiénica, aumentar la movilidad, articular el viario histórico con el ensanche y, en general, lograr una dinamización inmobiliaria para continuar creando viviendas. A este tipo de premisas obedecen la creación de la Gran Vía madrileña o la Via Laietana barcelonesa.
La generalización del tranvía, por otra parte, incrementa el valor central de los ensanches y la incorporación al tejido urbano el extrarradio, poniendo orden a la espontaneidad de su crecimiento. Surgen las ciudades jardín como es el caso de Zaragoza.
Durante los primeros años de gobierno del general Franco se ponen en marcha grandes obras públicas, como la mejora de los accesos a las principales ciudades y de sus ejes directores. La segregación social, de todas formas, es una de las facetas negativas de la época.
Desde el punto de vista puramente constructivo cabe destacar la creación de barriadas, una serie de construcción masiva emprendida por el Estado. Se trata de bloques generados en serie y que reciben apelativos ciertamente significativos como cuartel, bloque, poblado, grupo o polígono.
Desde 1957, con la promulgación de la Ley del Suelo y la creación del Ministerio de Vivienda, se da pie a la construcción en altura mediante las torres, un elemento básico en el urbanismo del siglo XX que a España llega con notorio retraso en comparación con la tendencia observada en Europa varias décadas antes.
En los años sesenta y ochenta del siglo XX se produce una auténtica explosión urbana coincidiendo con una coyuntura socioeconómica favorable. La renta per cápita se incrementa y la población accede a la propiedad de la vivienda.
Las ciudades baten sus registros demográficos debido a las elevadas tasas de natalidad de sus habitantes y, como complemento, como consecuencia del flujo inmigratorio procedente de diversos puntos de la propia nación.
Esta situación crea auténticos problemas de crecimiento a las ciudades, que requieren nuevo suelo urbanizable para generar más vivienda, nuevas dotaciones e incluso para trasladar sus industrias. Los primeros Planes Generales de Ordenación Urbana (PGOU) surgen precisamente desde 1956 con la finalidad de conquistar grandes superficies para urbanizar, así como para ordenar la movilidad mediante la creación de vías rápidas para garantizar la viabilidad de los flujos de personas y mercancías.
El aumento del suelo urbano provoca el inicio de la periferización de las ciudades, que extienden la urbanización sobre terrenos antiguamente dedicados a la agricultura.
En la actualidad, la ciudad española se caracteriza por los siguientes rasgos:
  • culto hacia el consumo, que deriva en su caso extremo en la instalación de grandes superficies comerciales;
  • terciarización un tanto abusiva;
  • se introduce el urbanismo de la imagen, con inversiones multimillonarias: museo Guggenheim, Ciudad de las Artes y las Ciencias; Expo de Zaragoza
  • la propia realidad autonómica española genera o refuerza la función administrativa de algunas ciudades, las capitales autonómicas;
  • los centros históricos tienden a ser recuperados y peatonalizados;
  • se crean nuevos polígonos residenciales en la periferia, mejor dotados, en los que predomina un tejido habitacional de baja densidad (adosados, villas, etc.);
  • surgen por doquier los espacios verdes de borde urbano;
  • en la periferia se concentran y asocian diversos usos, en ocasiones totalmente dispares: oficinas, hipermercados, parques científicos, ciudades deportivas, urbanizaciones residenciales…
  • en definitiva, la industria urbana tiende a desaparecer, por lo que la ciudad adquiere primacía como concentración residencial y terciaria, como un binomio residencial-terciario. 
Pero todo esto ha traído

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